"Creo que existen considerables evidencias de que las corridas de toros son una práctica cruel que inflige de forma pública un dolor atroz a animales inocentes y sintientes."
Dalái Lama
Siempre es recomendable, a la hora de resolver un conflicto, retrasar las posiciones de ambos bandos hasta un lugar común. En el caso de la tauromaquia, ese punto está más o menos entre Creta y Atenas, donde la tauromaquia cretense, como rito de iniciación, parece un lugar de partida idóneo. Todavía se debate si ese rito atañía sólo a hombres casaderos o también a mujeres, ya que sobre la sociedad cretense -la talasocracia- no sabemos todo que lo nos gustaría saber. En cualquier caso, el culto al toro como elemento primigenio, como animal salvaje domesticable y símbolo de bonanza, ya vino heredado de las sociedades transitorias del nomadismo al sedentarismo algunos milenios antes.
De hecho, si me permiten el apunte, el toro, junto al gato, es indisoluble de la historia neolítica del litoral mediterráneo, de la misma forma que lo son el cerdo y el perro en el norte e interior de Europa.
Por ahí en medio nace la leyenda del Minotauro. Leyenda para nosotros. Para la arcaica Atenas, hija desheredada de la minoica Cnosos, era más que cierta. Toda una recreación de los tiempos previos a la consolidación de la polis continental y al colapso económico de la isla, cuando la primera aún rendía tributo a la segunda.
Rápido resumen: Ariadna era la hija de Minos, rey de Creta. Gracias a un ovillo de lana que ella misma urdió y una espada consigue que Teseo, hijo pródigo de Atenas de quien se enamora, pueda salir del laberinto (del griego λαβύρινθος y de ahí del griego clásico λάβρυς, que era el hacha de doble filo minoica) después de matar al Minotauro cuando éste dormía.
Posteriormente, Teseo abandona de mala manera a Ariadna en una isla, donde es rescatada por Dionisios con quien posteriormente, tras varias tribulaciones, se casará y será eternamente feliz en el Olimpo.
Cómo puede ser que Teseo haya pasado a la historia como un héroe, tras matar al minotauro (hermano de Ariadna) mientras dormía y gracias a Ariadna, a quien no sólo le corresponde su amor sino que además la abandona, es un misterio para un humilde servidor. Lo que es evidente es que Teseo no reúne las virtudes heroicas clásicas, quizá por no tener sangre olímpica en sus venas. A efectos prácticos, Teseo bueno, Minotauro malo, aunque parece que valdría la pena reinterpretar el mito otorgando al mediobravo un aura de monstruo incomprendido a lo Bestia Disney/Fantasma de la Ópera/Jorobado de Nôtre-Dame.
Sea como fuere, los helenos introdujeron el culto al toro en la península a través de su colonia Ampurias (mercado y de ahí la palabra 'Emporio') donde se sincretizó con los cultos de los íberos indigetes de la zona. Si bien es evidente que la tauromaquia cretense ya no se practicaba como tal, a buen seguro que ciertos festejos incorporaban al toro como elemento, bien como participante o bien como sacrificio. El toro era un icono de fertilidad y poder, símbolo del propio Zeus, y como tal era adorado.
Ahora, permítanme una sutil elipsis de casi 25 siglos hasta la época de Goya. La Ilustración pasó de puntillas por la península, los franceses malvendieron Florida, Fernando VII fue un soberano gilipollas y nuestro ídolo patrio, el Timbaler del Bruc, es tan real como Curro Jiménez o tan irreal como Águila Roja, pero sin serie propia. Ahí la Iglesia y la Autoridad Pertinente ya defendían las corridas tal y como las conocemos ahora. Es decir, un espectáculo machista y sangriento amparado por una retórica pútrida que habla del Respetable y el Entendido, el bravo Astado y el Matador -creando una mitología propia de Coliseo romano.
Es importante destacar ciertos aspectos. Primero, que in-du-da-ble-men-te existe una estética en el arte de la Tauromaquia, avalada por antagónicos contrastes. El torero, en su traje de luces; el toro, negro como la oscuridad. El hombre y la bestia. Lo urbano y lo rural. Dios y la Naturaleza. La espada y los cuernos. El temple y la furia, los linajes de toreros y las estirpes de toros. El entrenamiento y la crianza. En toda regla, una completa metáfora capaz de abarcar desde la España feudal hasta la España de Buñuel.
Segundo, se aprecia que el toro posea trapío -carácter y estampa. Durante la suerte de varas se valorará la bravura del animal, que deberá arremeter contra el picador y el equino. Su agilidad y constitución serán claves en la suerte de banderillas, donde un toro débil o mal alimentado se rendiría. Finalmente, el toro debe humillarse -bajar la bien la cabeza- ante el torero a cada pase de capote, sea de verónica, natural u otro tipo; a la vez que ose sin reparos -sin dudar, sin dar pasos atrás- embestir el engaño del torero en su suerte final (llamada suerte de matar, sin más). En total, quince minutos donde sólo los mejores toros pueden ganarse el preciado indulto y jubilarse como reproductores para perpetuar su herencia. Si no se gana tal gracia, se agradece que se trague su muerte, oséase, que muera con la boca cerrada. Al profano, debe decírsele que cada toro se divide en tres tercios que a su vez se dividen en las distintas suertes, pero tampoco estamos aquí por la labor de enumerarlas todas.
Sin embargo, como en todo duelo entre nuestra especie y la fauna, nuestro atrofiado estómago juega un papel clave. El toro, durante las horas previas a su milla verde particular, se le encierra a oscuras y en silencio, para que el rugir del coso -la plaza, la arena- lo sobreestimule. Son práctica común también atarle lastres al cuello, untarle grasa en los ojos o usar algún tipo de urticante en las patas. Esa especie de ankus o lanza que lleva el picador lleva generaciones de ventaja a la hora de desgarrar el entrecostillar del bicho. El caballo, antaño elemento también adorado, raramente vivirá más de un puñado de corridas, víctima de daños internos cuando no directamente empalamientos. La barda de mimbre que los protege es absolutamente inútil, y su único fin es evitar que el público vea las heridas que el toro le produce cuando el picador lo rejonea. Parece ser que el sufrimiento del caballo sí preocupa a los asistentes.
No hay que olvidar en ningún momento que el toro es un herbívoro (como la vaca, leñe) y, como tal, su instinto ante una amenaza si no ha de proteger a sus crías, es huir. El dolor de las banderillas, de las cuales hay diversos tipos a cada cual más (se busca adjetivo), busca crear la antinatural reacción de atacar. Para rematar la faena, el estoque o espada debe seccionar al toro entre los omóplatos y llegar al corazón, cosa que requiere, todo sea dicho, una precisión quirúrgica que raramente se consigue, siendo más habitual que el toro muera descabellado, fruto del corte de la médula espinal y varias arterias vitales, ahogado en su propia sangre.
Recapacitemos. Si se tratase de salvar una tradición ¿podríanse, especula un servidor, sustituirse los daños al animal por algún tipo de sensor electrónico, tipo esgrima? y el torero ¿no merece acaso también una protección más adecuada?
Añádase ¿es algo valioso la tauromaquia como para exportarla? Si bien en casi toda Sudamérica se prohibieron a principios del s.XX, están en boga en China y otros lugares allende Europa (en Texas, cómo no). Por exportar tradiciones, que sean las Fallas, los castellers, la moda ibicenca, la paella y las lesiones de Kaká.
28 de julio de 2010: Diecinueve años más tarde que Canarias, el Parlament de Cataluña, siguiendo una ILP (Iniciativa Legislativa Popular), prohíbe las corridas de toros a partir del 1 de enero de 2012.
Esa ILP, sin ningún interés nacionalista (véase íntegra aquí) consigue miles de firmas en pocos meses, entre ellas la mía en Portal del Ángel. Numerosos colectivos internacionales, como PETA, aplauden la votación. El domingo siguiente, en la Monumental, suena Els Segadors y José Tomás besa la senyera. Cualquier día el Tito Paco levanta la cabeza y se pone a dar clases de catalán en la Pompeu.
Hasta aquí la historia de la tauromaquia, resumida en quince minutos. De pequeño, veía corridas de toros cada domingo por la tele, una Elbe, con mi padre. A él le chiflaban. Pero en el siglo XXI, pese a su antropológicamente interesantísimo origen y pervivencia, ya no hay lugar. Lo siento.
Eso sí, como prohíban el boxeo pillaré tal cabreo que en vez de quince minutos le dedicaré doce asaltos al tema.
Como siempre, gracias por la atención. En Albedrío que cada cual haga lo que le plazca, pero basta de torturar animales por capricho. Vale que a partir de San José se puede comprar carne de lidia en La Boquería, pero no creo que sea algo crucial en nuestra dieta. Si diera para hacer foie... ¡pero al menos las ocas no mueren en público!
- ¿Conejo a la brasa?
- ¿Pato a la naranja?
Podéis insistir en el tema siguiendo los diferentes enlaces sembrados por el texto y con la siguiente selección de bibliografía internáutica, donde no he tenido reparos en enmerdarme con lo peor de cada clan:
Tipos de lances:
Enciclopedia taurina:
El trato al toro en la corrida:
Los que iniciaron la ILP en Cataluña:
En la wikipedia, todo bien explicadito:
Portal colombiano de tauromaquia, allá ustedes:
Un blog que también trata del tema casi como aquí:
¿Sufre el toro?