jueves, 14 de julio de 2011

Los anales templarios

Historia trapecista del patriarcado - una versión doméstica.


A grandes trazos y con algunos matices, la historia de la humanidad se resume a unos monos que encuentran un monolito negro (voilà!), alienígenas que construyen pirámides con antigravedad (???) y a Dan Brown resolviendo el cubo de Rubik ( ! ! ! ).  Posteriormente una conspiración mundial para fumigar a la especie humana (véase aquí, aquí, aquí y allí, y allá Ud.) logró la paridad entre el euro y la piastra y de ahí a colonizar Plutón con una nave con motor de agua.


Otra versión posible implicaría hablar de Fernando VII, la honorable villa de Fucking (vecinas de Petting y Kissing) y la República de Molossia. Entonces sí sería algo realmente absurdo.


Pero no adelantemos acontecimientos [modo seriedad: on]. Resulta que en algún momento, hará unos dos mil años hora zulú, una escisión del judaísmo consideró oportuno adorar al presunto hijo bastardo de un carpintero, escoger un pescado como logo (ictis) y una burla como lema (inri). No hacía falta ser los Monty Python para percatarse de aquello no iba a ir a mejor a partir de entonces. [modo seriedad: al igual]





El cristianismo consiguió fosilizar e institucionalizar algo que llevaba milenios gestándose. Pese a algunas excepciones más o menos notables, la esfera de influencia de las mujeres había ido menguando desde la consolidación de las polis griegas y en breve el patriarcado pasó a ser la única forma conocida de sociedad. Todos los sistemas económicos y formas de gobierno experimentados desde entonces fueron y están realizados alrededor del despótico poder del hombre sobre la mujer. Las sufragistas creyeron que tras la abolición de la esclavitud la igualdad se conseguiría en menos de dos telediarios, pero nada más lejos: el patriarcado va inscrito en los valores cristianos y, por lo tanto, es indisoluble de la moral occidental.


Y aún iremos más atrás.


Durante aquella larga fiesta de pijamas que fue el Paleolítico, donde tigres y leones todos quieren ser los campeones, la mujer ya era un recurso por sí misma. Más valioso que la sal y el pedernal, sin duda. La mujer era la moneda de cambio capaz de corregir la endogamia de los grupos nómadas y, además, era una poderosa fuerza trabajadora. Los espíritus bendecían los intercambios de mujeres como transacción comercial, cuando no eran directamente botín de guerra. Tened en cuenta que en aquella época la monogamia era una moda pasajera, enfrentada a los pilares de la evolución. No somos tan distintos a día de hoy, aún en nuestro perenne debate entre un cerebro monógamo y un cuerpo polígamo.


La foto de la derecha es de Hace un Millón de Años. Tal cual.


Sentadas las bases, descubierta la cerveza y creando un panteón al azar (que no es más que antropomorfizar los espíritus y fantasmillas ya existentes) las tribus se encierran en murallas tras desarrollar la ganadería y la agricultura. La sociedad descubre lo maravilloso que es tener excedentes año tras año (versión Edad-de-Bronce del llegar a fin de mes) y se alumbran las castas, las jerarquías más o menos elaboradas y, sorpresa, la disociación de los roles masculino y femenino. Para mantener el orden los hombres tendrán unos deberes y las mujeres, otros. Todo hubiera ido mejor si el reparto se hubiera hecho por la fecha de nacimiento o la vocación de cada cual, pero supongo que a nadie se le ocurrió.


Necesitamos creer que por en medio sí surgieron sociedades fuera de la corriente general, donde la mujer tenía los mismos derechos y deberes que los hombres. Dicho de otra forma, sociedades donde los niños podían jugar con barbies y las niñas con camiones de bomberos: la Creta minoica, las tribus caledonias, la Reina de Saba (Punt, actual Somalia y Eritrea), la Atlántida de Homero o la que sea. Si realmente existieron, fueron hechos aislados en el tiempo y el espacio. La corriente general era imparable.

Y era imparable porque era terriblemente práctica. Y aún lo es. La sociedad ha ido creándose necesidades a lo largo de la historia o, peor aún, ha ido complicando hasta el extremo necesidades básicas. Todo el mundo estará de acuerdo en que es necesaria una higiene para garantizar la salud y la convivencia. ¿Pero era necesario que las cortinas sean blancas a más no poder? ¿Qué la ropa esté per-fec-ta-men-te lavada y planchada?


Esas y otras complicadísimas necesidades, que no son más que fachadas de estatus, tan antiguas como nuestra civilización, requieren una cantidad ingente de horas y mano de obra. Al final, todo es tan sencillo como eso: mano de obra. Dejemos este punto crucial aquí y avancemos la moviola histórica hasta el siglo XIII.


Arriba, un arquetipo. A la izquierda, un contra-arquetipo arquetípico. Ambas imágenes son bonitas, hay gente con idea dale que dale al Photoshop. 


Caray.


No es una fecha al azar. Tras la caída de Roma, la Iglesia Católica (se autoproclamó de esa guisa ella solita, el nombre viene de [καθολικός], que significa simúltaneamente 'por encima de todo' y 'universal') era la única entidad con una infraestructura e influencia transfronterizas, algo así como la única empresa internacional con sedes en todas partes. Al margen de reyezuelos y conflictos, la Iglesia era la levadura homogeneizante de la sociedad europea. Los valores polares que transmitía (ya sabéis, tirar gente al río, cobrar indulgencias por aquí, unas cruzadas por allá...) se fosilizaron en el medievalismo. Si había algo bueno de origen pre-romano, lo quemaron. Y si era romano, también. Jo, pues no se hartaron a quemar cosas aquellas gentes ni nada.
  

Mientras tanto, los templarios ninja se enfrentaban a los moros mutantes en los Altos del Golán. Sé que no fue exactamente así, pero para qué molestarse. Asumo que se me acusará de revisionista, y listo. Total...


Ahora viene el momento culminante, que es cuando termino todo en un párrafo sin sentido: ¿qué sacamos de todo esto? ¿Que la Iglesia es mala? Psé, sí y no, a mí las piedras de la catedral no me han hecho nada, pero no lapidéis a nadie más, porfi porfi. ¿Que Dios es malvado? Psé, por ser un personaje ficticio no está mal, pero me cae mejor el Conejo de la Suerte. ¿Qué el hombre debe ceder parte de sus privilegios? Ah, pues sí. Si a los hombres nos quedase alguno, claro. A día de hoy, y es feo decir eso en el primer mundo, estamos todos bien jodidos. Así que más nos vale darnos la manita y volver a la Playstoria. 


Salgamos a cazar.

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