jueves, 1 de julio de 2010

El cementerio de elefantes

Repongo y corrijo un texto propio de mayo de 2009.




Todo empieza con una imagen. Un elefante en medio de la atardeciente sabana, caminando lentamente junto a la ribera de un riachuelucho. Ataja un perezoso meandro yendo en línea recta y hunde sus patas en el barro a cada paso. De cerca vemos que tiene la gruesa y gris piel curtida y cuarteada. Sus ojos, grandes como puños, reflejan la sabiduría de quien ha hundido sus pies en el barro durante muchísimo tiempo. 


Está moribundo y lo sabe, vaya si lo sabe. Lo sabe tanto que no le importa dejar de prestar atención a lo que le rodea para centrarse en su futuro inmediato. Anda, se desliza por una depresión del terreno, donde la sabana se hace selva de ya para aquí. Ahora el río es un Nilo naciente y el elefante respira con su trompa periscopio y encara sus colmillos a la fiera corriente del agua mientras nada hacia su origen.

Pero no es el origen su destino. No está aquí para ver la nieve. Sabes que está moribundo, y lo sabes, vaya si lo sabes. Lo sabes tanto que no te importa dejar de prestar atención a lo que te rodea para centrarte en su futuro inmediato. Éste –piensas- no llegará al final del cuento, más vale leer poco a poco.

El elefante, agotado, barrita. Los elefantes hacen esas cosas: barritan.

Ahora sí. Una bruma fresca, un rocío perpetuo inunda el lugar. El agua, al caer de tantos y tantos metros, ruge incansable. Anochece porque debe anochecer.
El elefante se deja golpear el lomo bajo la cascada y toma aire, litros de aire. Se zambulle en la marmita, rememorando la matriz materna de sonidos sordos y colores descoloridos. Emerge al otro lado, donde un túnel le espera con una cálida luz al final.

Es la hora. Sonríe. Los elefantes hacen esas cosas: saber cuando llega su hora.

Al final del túnel le esperan decenas, cientos de esqueletos de elefantes, un osario de elefantes de blanco esqueleto contrastando con los colores de las flores de un jardín de flores de colores y alta verde hierba verde alta bajo la luz de la Luna. Una visión tétrica para ti o para mí, una visión fantástica para un cazador de marfil, una visión, a secas, para nuestro elefante. Se busca un sitio donde no moleste y, mientras sueña consigo mismo caminando sobre el barro a la ribera de un río, muere.



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