El mal atrae. Puede ser de muchas formas. Hay quien le da por la parafernalia nazi, o la tauromaquia, las bandas callejeras, los piratas o las pelis de zombis. Todo el mundo tiene un mal que le llama y le tienta. Tú también, supongo.
Porque el mal atrae. No somos malvados, pero nos gusta vernos en un espejo de feria, disfrazarnos a oscuras y recrear algo que no dejaremos que ocurra. Se nos inculca en que el mal siempre pierde, pero nada nos impide compartir durante un ratito nuestro mal más íntimo con los más cercanos. Una conversación confidencial debe incluir como mínimo un intercambio de males privados, así como el respeto mutuo del mal ajeno.
Todo eso, porque no somos buenos. De hecho, no sabemos lo que somos, aunque tengamos la libertad de ser tan benévolos o malévolos como nos plazca.
Sería fabuloso poder decir que este blog trata de eso, pero yo no diría tanto. Este libro trata sobre cosas que no son ni buenas ni malas y gente que no es ni buena ni mala. Como tú, supongo. Como todos nosotros.
Existe un reino que tampoco es ni bueno ni malo ni está aquí ni allí ni va a ninguna parte. Son nuestros recuerdos, más los recuerdos ajenos, y las fantasías de unos y otros. Existe todo aquello que no hemos creado, que nunca hemos dicho y que raramente hemos soñado. Y quizá un trocito de todo eso quede plasmado en los hechos que han de acontecer.
Pongamos un ejemplo, así, a bote pronto. Me encantaría pelearme en pelotas, vestido sólo con unos guantes de boxeo azules. Primero me pelearía con mi novia, también desnuda pero con guantes rojos, pero luego también intercambiaría tortas con mi amigo, con todos mis amigos y con todo aquel que fuera desnudo y con guantes de boxeo. De hecho, cuando la excitación fuera máxima saldría a la calle a liarme a guantazos con quien se cruzase, y ese día todo el mundo iría desnudo y con guantes de boxeo. Como si fuera un dibujo animado, bamf!, punch! y plof!, sin hacer daño, sólo por oír onomatopeyas y repartir y recibir y jadear y sacar todo cuanto cada uno lleva dentro.
Y se acabó el ejemplo. En el mundo real las consecuencias serían un terremoto. El mundo real suele ser una mierda para según qué cosas. Pero yo tengo mis fantasías, que no son ni buenas ni malas, y mis ideas y pensamientos sobre un montón de cosas. Como tú. Como todo el mundo. Y hay quien no lo entiende y tanto me da. También me chiflaría subirme a un estrado y soltar un discurso sobre mis cosas y el debate del estado de la nación, por este orden. De pequeño quería ser astronauta. Tampoco creo que sea un bicho raro. O sí, un poquito, por qué no, mejor así.
Me gustaría contar cuentos. Y ya que no puedo hacer lo que me da la gana, me gustaría poder decir lo que me dé la gana. Ya está, hele ahí, aquí lo tenemos: bienvenidos a El Libro Albedrío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario